En un mundo donde todo va deprisa —mensajes cortos, likes instantáneos, series que consumimos en un fin de semana— parece que las historias profundas, esas que tardan en construirse y se quedan dentro, ya no tienen tanto espacio. Pero lo cierto es que las necesitamos más que nunca. Y sobre todo, necesitamos más historias reales, crudas, divertidas y emocionantes sobre la amistad entre mujeres.
Porque la amistad femenina es otra liga. No es solo contarse cosas o ir de compras juntas. Es acompañarse en las crisis, en las locuras, en los días de mierda y en los de euforia sin motivo. Es hablar a las 2 de la mañana por WhatsApp aunque estés agotada, reírte de lo que ayer te hacía llorar y sentir que, aunque todo lo demás falle, ellas están ahí.
Historias como la mía, como la de Crónicas de unas amigas confinadas, nacen justo de eso. De un grupo de mujeres encerradas en casa, cada una con sus dramas, sus rarezas, sus momentos brillantes y sus días oscuros… conectadas por un grupo de WhatsApp donde se exageraba todo, se reía todo, y también se compartía desde el alma. Lo viví en carne propia. Y cuando lo viví, supe que eso no podía quedarse en el móvil.
Porque cuando las mujeres nos unimos, pasan cosas. Se genera una energía muy poderosa. Y cuando esa energía se convierte en historia, en ficción, en relato, es como una especie de espejo: todas nos vemos ahí reflejadas, en partes, en frases, en gestos.
Necesitamos esas historias para recordar que no estamos solas. Para validarnos. Para reírnos de nosotras mismas. Para no olvidar lo importantes que somos unas para otras.
Así que sí: en medio de tanto contenido fugaz, las historias de amistad femenina siguen siendo una necesidad. Porque nos dan profundidad, identidad, fuerza y memoria. Y porque en un mundo que a veces se nos hace cuesta arriba… ¿qué haríamos sin nuestras amigas, no?